martes, 28 de marzo de 2017
La globalización. Un concepto y sus problemas
Hace más de un siglo y medio, Marx provocó al mundo burgués con célebres palabras: «Un fantasma recorre Europa: el comunismo». Hoy es otra la frase que está en boca de los líderes políticos, gerentes de empresas, trabajadores y científicos: «Un fantasma recorre el mundo: la globalización». Lamentable pero comprensiblemente, no existe ni una definición clara ni una teoría de la globalización. ¿Se trata entonces de nuevas tendencias evolutivas o sólo de una palabra de moda?
En una primera aproximación al tema puede diferenciarse muy esquemáticamente entre dos vertientes de interpretación del fenómeno: una versión pesimista y una optimista. Para los pesimistas –sobre todo de izquierda– la globalización es la encarnación del mal. La globalización sería la constatación tardía de las profecías de Carlos Marx, o mejor de Hilferding («el capital financiero»), es decir del predominio del capital, el imperialismo, el poder hegemónico de una minoría sobre las mayorías que provocaría la marginación definitiva de las masas y de los países del Tercer Mundo. De acuerdo con esta versión, los procesos desencadenados por el «capitalismo salvaje» o el «capitalismo de casino» van a acelerar el fracaso definitivo del capitalismo, lo cual constituye en última instancia un consuelo para sus sostenedores.
Una versión menos dogmática vincula la globalización al socavamiento del Estado de bienestar que resulta de la competencia en el mercado mundial, con la pérdida de empleos e ingresos y de la seguridad laboral y material, con la nueva pobreza, el aumento de la desigualdad, la inseguridad y la criminalidad, temiéndose una vuelta al capitalismo manchesteriano. La globalización se identifica con la pérdida de poder de los ciudadanos, la dictadura del capital, la desestatización, la despolitización y el retroceso de la democracia. Esta visión está muy extendida entre los sindicatos, los partidos de izquierda, el periodismo y los desocupados, pero también entre los científicos –según puede verse en el título de varios libros. En el mismo sentido apuntan algunas investigaciones periodísticas de semanarios como Newsweek, que tituló «Killer Capitalism», y Der Spiegel , que habla de un «TurboKapitalismus».
En síntesis, puede decirse que la perspectiva pesimista ve a la globalización como la causante de la competencia de localización, la desocupación creciente y la incapacidad de la acción estatal para proveer seguridad ante los riesgos sociales. La versión optimista, que encuentra sobre todo acogida entre los neoliberales, ve en cambio en los procesos de globalización el surgimiento de una nueva era de riqueza y de crecimiento con oportunidades para nuevos actores, para los hasta ahora perdedores y también para los pequeños países. Según esta visión, la globalización de la producción y los mercados mejora las oportunidades de acrecentar las ganancias a nivel mundial, sobre todo en las naciones industrializadas y en algunos de los países en despegue, aunque reconoce que agudiza las luchas distributivas a nivel nacional e internacional (Nunnenkamp). Se sostiene además que el impulso proveniente de los países en desarrollo es cada vez más importante para el crecimiento del comercio, las inversiones y las finanzas.
De acuerdo con los datos del Banco Mundial, a mediados de la década del 80 el volumen del comercio exterior de esos países correspondía al 33% de su PBI y a mediados de los 90 representaba el 43%. El flujo de capitales privados hacia los países en desarrollo se cuadruplicó en la primera mitad de la década actual, pasando a constituir el 60% de los flujos de capital neto activo a largo plazo. La participación de los países en desarrollo en las inversiones directas a nivel mundial aumentó del 23% a mediados de los 80 a más del 40% en 1994. Hay que tomar en cuenta, sin embargo, que de esa evolución participa sólo una docena de países en desarrollo. Los defensores de la globalización afirman que ella crea oportunidades para un desarrollo social y ecológicamente sostenible, sobre todo para las regiones hasta 3 ahora menos desarrolladas.
Por lo que respecta a América Latina, Ramos sostiene en un estudio reciente, que el atraso competitivo de la industria latinoamericana puede convertirse en una ventaja: permitiría saltar etapas y entrar en una trayectoria de rápido crecimiento, siempre que la ortodoxia neoliberal no inhiba la implementación de políticas de fomento adecuadas. Tanto los pesimistas como los optimistas se preocupan fundamentalmente por las consecuencias del proceso de globalización para los Estados nacionales y la política. La opinión más generalizada es la tesis de la declinación, según la cual la globalización está socavando la soberanía de los Estados nacionales y abriendo paso a una «nueva Edad Media» –tal el título de un best-seller sobre el tema.
Algunos autores hablan del surgimiento de una sociedad informática de dos clases: la globalizada de los ‘alfabetizados digitales’ –Reich habla de «analistas simbólicos» (pp. 189 y ss.)– que vive mayoritariamente en los países industrializados, y la clase de quienes no disponen de sistemas de información y comunicación ni de posibilidades de participación, y –puede agregarse– de trabajo. Como consecuencia de la acelerada evolución tecnológica y del rol preponderante que le cabe a la informática y a la comunicación en la era posfordista, el mercado de los servicios de telecomunicaciones se ha convertido en el más dinámico de la actualidad. Según un estudio del European Information Technology Observatory (EITO) de 1996, en 1995 el movimiento total llegó a un billón trescientos mil millones de dólares y el crecimiento mundial promedio de ese mercado se ubicaba en el 8%. Se calcula que para el año 2000 las ganancias llegarán a los 650.000 millones de dólares y que la participación del sector en el producto bruto mundial alcanzará el 2,4%. Hay una densa red de participación, cooperaciones y alianzas estratégicas en el mercado de telecomunicaciones, aunque es de prever que a mediano plazo sólo logren sobrevivir las grandes asociaciones como Concert, Global One, Unisource, Uniworld y World Partners.
La otra cara de la moneda es que el 80% de la población mundial carece prácticamente de acceso a los medios de telecomunicaciones, y no está en condiciones de participar de la «sociedad informática», la cual –tal es el convencimiento de muchos expertos– va a cambiar radicalmente el mundo. Entre los países en desarrollo los «tigres» son los únicos en condiciones de beneficiarse de una porción de la torta de las comunicaciones, que crece de manera continua. De los 176 expositores presentes en la Feria Internacional Cebit de Hannover, 39 provenían de Taiwán (Frankfurter Rundschau, 20/3/96). El país que va claramente a la cabeza del acceso a los multimedia es Estados Unidos. Singapur, que ocupa el décimo segundo lugar, ha logrado equipararse a Austria y Bélgica, y dispone de más computadores por habitante que Alemania, que ocupa el noveno lugar. Por otra parte, África, donde vive el 12% de la población mundial, tiene apenas el 2% de las conexiones telefónicas. De acuerdo con las 4 estadísticas de la International Telecommunication Union (ITU) de Ginebra, los habitantes de África realizan en promedio una llamada telefónica de menos de un minuto por año. La ITU estima que sería necesaria una inversión anual de por lo menos 30.000 millones de dólares para que los países del Tercer Mundo puedan recuperar posiciones (Frankfurter Rundschau, 20/3/96). Sin embargo, no es muy realista creer que realmente vaya a producirse tal recuperación. Christian German afirma por el contrario que «los efectos globales de la introducción de los nuevos medios indican una profundización de la brecha entre las naciones ricas y el resto del mundo. La ventaja en tecnología e infraestructura de que disponen los países industrializados no podrá ser reducida por los ‘pobres de la información’. El caso de la India constituye más bien un ejemplo del doble daño social que puede provocar la acelerada incorporación a la era informática con la creación de una casta informática y la paralela racionalización de puestos de trabajo en los países industrializados. A ello se agrega el surgimiento de una ‘aristocracia de la era informática’, que opera a nivel mundial y que, desvinculada de las leyes nacionales, los principios democráticos y el sistema social, determina en la actualidad por sí sola la expansión de la sociedad informática global». (Frankfurter Allgemeine Zeitung, cit.) La cuestión de las condiciones de posibilidad de la democracia y la viabilidad de las políticas de los Estados nacionales en el mundo globalizado adquiere diferentes facetas: 1. El politólogo norteamericano Benjamin Barber sostiene que el mundo se enfrenta a dos tendencias: el fundamentalismo creciente (dschihad) y la globalización (Coca Cola o McWorld). Mientras que el primero satisface la necesidad de identificación de la gente en la medida en que en una guerra santa cada uno sabe de qué lado está y contra qué lucha, la globalización somete todo a la rigurosidad de las leyes económicas: «La dschihad impone una política nacional populista sangrienta, McWorld una sangrienta economía de lucro». Ambas tendencias son contrarias, pero unidas socavan las posibilidades de la democracia en el mundo. La guerra santa necesita creyentes y McWorld consumidores; ninguno de los dos promueve «ciudadanos». El autor se pregunta cómo puede esperarse entonces que la democracia funcione sin ciudadanos. Barber llama la atención sobre la paradójica confluencia de dos fuerzas antitéticas, el radicalismo del mercado global y el fundamentalismo, que, sin embargo, coinciden en su negación de la democracia y la cercan en un movimiento de pinzas. En este «mundo nuevo» ya no cuentan las virtudes cívicas ni las demandas políticas y resulta cada vez más difícil deslindar la responsabilidad colectiva de los gobiernos.
En una sociedad de estas características los consumidores pueden elegir «entre 16 tipos de pasta dentífrica, 11 camionetas y 7 marcas de zapatos deportivos», pero no puede decidir el carácter y la dirección de la evolución social, configurándose así «una infraestructura por la cual ninguna comunidad se pronunciaría libremente». 5 Los pronósticos de Barber son en general pesimistas, pero a pesar de todo no pierde las esperanzas. En su opinión, el mundo habrá de pasar todavía por varias «guerras tribales» y finalmente «los mercados barrerán con todas las ideologías». Su análisis concluye preguntándose si acaso no lo harán también con la democracia. Barber presenta la crítica más radical al capitalismo que se conoce desde la caída del socialismo. Este autor es –cosa que puede irritar a muchos– un comunitarista de izquierda que se pronuncia por más justicia y que no sueña con una sociedad sin clases, sino con la activa sociedad civil que alababa Tocqueville hace más de 150 años. Algunas de sus consideraciones son cuestionables, sobre todo en lo que se refiere a la equiparación normativa entre el fundamentalismo y la globalización. Más allá de todas las críticas que puedan hacerse a su estado actual, tanto los mercados como las democracias son sistemas abiertos con posibilidades de evolución y capacidad de elaborar constructivamente los conflictos sociales, lo cual resulta más bien dudoso en el caso del fundamentalismo, donde la distensión observable en la actualidad en Irán es un signo positivo, mientras que el avance del terrorismo en Argelia apunta en la dirección contraria. Podría argumentarse también que la globalización trae efectos positivos como la redistribución mundial del trabajo y del ingreso, dejando también atrás una sociedad petrificada definida por la categoría del trabajo. Barber es demasiado inteligente como para pretender sin más la «superación del capitalismo». Pese a todas sus críticas al capitalismo realmente existente, considera que la economía de mercado es mejor que las otras alternativas, pero subraya que la libertad del mercado no produce de forma automática democracia y critica así los discursos políticos que equiparan los intereses económicos con los ideales democráticos y los valores cívicos con el afán de lucro. Se pronuncia en cambio por el fortalecimiento de una sociedad civil caracterizada por la multiplicidad de acciones, el compromiso público y no estatal, y la acción voluntaria pero no privada.
2. Jean Marie Guéhenno –a quien se suma recientemente su compatriota Viviane Forrester– se ocupa de otra de las facetas de la interrelación entre la globalización y la democracia. En su libro niega que en el mundo de las interconexiones haya espacio para la política de los Estados nacionales. La revolución de las telecomunicaciones libera de la territorialidad física las vías de intercambio, de modo que el control de un territorio delimitado, que constituía la clave del concepto clásico del poder estatal, ha perdido importancia en favor del acceso a las redes de comunicación. «Ser poderoso significa tener contacto, estar incorporado a la red, de modo que hoy el poder es sinónimo de influencia y no de dominación.» La sociedad organizada en tanto Estado se disuelve en una multitud de individuos que buscan satisfacer sus intereses en una lucha de todos contra todos formando a lo sumo «comunidades de intereses a plazo fijo». El postulado cartesiano «pienso, luego existo» ha cedido paso a un «me comunico, luego existo». Ya no se trata de personas o de ciudadanos, sino de «partículas sociales», el zoon politikon ha sido reemplazado por el idiotes. No habiendo sociedad de 6 ciudadanos no puede existir tampoco el Estado democrático ni una política basada en la responsabilidad democrática frente a los ciudadanos. En la medida en que las funciones del Estado se diversifican, el proceso de decisión política se desarticula. La lógica de las instituciones y de la soberanía estatal cede paso a la de estructuras funcionales plurales de un mundo pluridimensional, un «tejido sin costuras identificables», con nudos comunicacionales conectados en forma cada vez más eficiente en una compleja red de interrelaciones. La negación del Estado territorial y de la política nacional que hace Guéhenno se apoya en una proyección a futuro de tendencias observables en la actualidad. Como toda proyección, carga con un margen de indeterminación. El propio autor reconoce que la lógica del Estado nacional convivirá todavía bastante tiempo con la lógica del mundo interconectado, e indica además que en el marco de la nueva lógica la «capacidad de adaptación» será «la carta decisiva». Esta afirmación da pie a la pregunta de por qué no pensar que el Estado territorial pueda desarrollar capacidad de adaptación. De hecho existen indicios de ello a todos los niveles y no sorprende que los países desarrollados sean los que más han avanzado en este aspecto, tratando de crear una infraestructura de información, estimulando la inversión y procurando aumentar su competitividad en los campos tecnológicos más promisorios por medio de medidas de política interna y exterior y de un fomento millonario de las áreas consideradas claves –todo eso en una coalición cada vez más estrecha con los impulsores de la globalización, es decir los consorcios multinacionales y sus directivos. En este punto hay que tener cuidado con ciertas argumentaciones interesadas. La apelación a la necesidad de mantener o mejorar la posición competitiva en medio del proceso de globalización suele ser utilizada por los políticos para ocultar sus propias vacilaciones, omisiones y responsabilidades. Los «constreñimientos del mercado mundial» sirven así para justificar la impotencia política a nivel nacional.
Los científicos ya han llamado la atención sobre este fenómeno. Paul Krugman, un reconocido economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts, habla en este sentido de «las mentiras de la competitividad», indicando que las falacias de este «internacionalismo ‘moderno’», como él lo llama, pasan por alto que el cambio tecnológico será la variable central del desarrollo futuro de las economías nacionales (Krugman 1997). Más allá de que el término globalización es utilizado en diferentes sentidos e interpretado de diferentes maneras, pueden mencionarse ciertos elementos comunes a prácticamente todas las versiones:
1. La globalización no es un fenómeno nuevo, sino la continuación e intensificación de las transacciones transversales que hasta ahora habían sido consideradas dentro de la categoría de internacionalización. La historia ha conocido varias olas de globalización (Pax Romana, Pax Británica, Pax Americana, v. Kennedy 1987). En la década de los 80, cuando estaba en boga la tesis de la permeabilidad de los límites de los Estados territoriales, Hedley Bull, un 7 representante de la escuela realista de las relaciones internacionales, recordaba que ninguna de las empresas trasnacionales tenía entonces una influencia que pudiera siquiera compararse a la que había gozado la Compañía de las Indias Orientales en el siglo XVII. En la lista de las 100 empresas líderes del mundo, publicada en la revista norteamericana Fortune Global 500, ni una sola se puede denominar global o sin patria en un sentido estricto (Ruigrok/Van Tuldwee, p. 155). Lo nuevo no es entonces tanto la intensidad como la calidad espacial y material de los procesos de internacionalización de manufacturas, servicios, capital, movimiento de personas, puestos de trabajo e informaciones, y la presión de adaptación que de ellos emana. Por otra parte, cabe recordar que pese a la globalización, la tríada formada por EEUU, Japón y Europa occidental sigue ocupando la primera posición en cuanto al comercio internacional, las inversiones privadas directas y el sistema monetario y financiero internacional, aunque en la actualidad se registra un gran crecimiento en la región del sudeste asiático.
2. Existe acuerdo en que el núcleo de la globalización es tecnológico y económico. La globalización es en primer lugar la de las finanzas, el comercio, la producción, los servicios y la información. Varios factores han influido en este proceso: la liberalización de la política comercial, la desregulación de los mercados de manufacturas y finanzas, sobre todo en EEUU y Gran Bretaña, la integración de los mercados financieros como resultado de la revolución tecnológica en el área de comunicación e informática, la apertura de los mercados de Europa del Este, los avances en la infraestructura de transportes y comunicaciones, y finalmente los avances en el proceso de integración y regionalización.
Como consecuencia de todo eso, la presión de la competitividad creció en una forma espectacular, no solo en el campo económico (es decir, inversiones, puestos de trabajo, investigación y desarrollo, sistemas sociales, factores de posicionamiento), sino también en el área política y jurídica. 3. Un tercer elemento común a todas las versiones de la globalización consiste en la convicción de que cualquier intento de desacoplarse o liberarse de este proceso está condenado al fracaso. A continuación quiero tratar con cierto detalle dos áreas de la globalización, quizás las más espectaculares: la globalización financiera y la de la producción. 3
Ivonne Monter
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