jueves, 30 de marzo de 2017
La globalización de las finanzas
Esta globalización avanza con gran rapidez. El tráfico diario de divisas se acerca al billón de dólares. A fines de la década del 70 llegaba apenas a 7.500 millones de dólares y a mediados de los ochenta a 150.000 millones. El tráfico internacional de capital se ha independizado de las corrientes comerciales y financieras.
Mientras en 1986 el movimiento del mercado de divisas era 25 veces mayor que el volumen del comercio mundial –el cual por su parte creció en los últimos 10 años a un promedio del 5% anual, es decir el doble que la producción mundial–, en 1990 la relación había subido a setenta veces. 8 También cambió la dirección de los flujos. En la década de los 70 fueron los países industrializados los que atrajeron el grueso del capital con el objetivo primordial de equilibrar sus déficits fiscales. En los años 90, los bajos intereses en los países desarrollados, la reducción de las deudas externas y las reformas neoliberales ejecutadas en los países en vías de desarrollo fueron las causas de que una parte considerable del capital privado fuera colocado en los «mercados emergentes», sobre todo en América Latina.
Desde el comienzo de la década del 90 ingresaron a esta región entre 15.000 y 20.000 millones de dólares por año como inversiones directas. Además, los bonos de la región encuentran buena aceptación en los mercados financieros internacionales. Los altos intereses, la escasa supervisión de bancos, los bajos impuestos y las generosas condiciones de repatriación de ganancias prometen hoy altas utilidades en no pocos países latinoamericanos. Para dar un ejemplo, en 1991, es decir cuando comenzaron a implementarse los programas neoliberales de ajuste definidos en el famoso Consenso de Washington, los depósitos colocados en Argentina obtuvieron nada menos que un 392% de rendimiento.
Dado que la cuota de ahorro interno en dichos países oscila entre la mitad y los dos tercios de la habitual en los mercados emergentes de Asia (1994: 33,4%), ese flujo de capital para la financiación del desarrollo fue muy bien recibido en América Latina. El problema es que gran parte de este dinero se colocó a corto plazo –en Argentina el 75% (1992) y en México el 64%. De acuerdo con los datos del Banco Sudameris (p. 27), los créditos a largo plazo representaban en la región solamente el 5,7% en 1990 y el 15% en 1994. La volatilidad y colocación a corto plazo de ese capital «caliente» o «golondrina», forma parte de un cuadro en el que las actividades económicas están caracterizadas por el predominio de la dimensión financiera sobre la productiva.
Este «financierismo latinoamericano» –como Bouzas y Ffrench Davis lo denominan– ha sido alimentado por los procesos de globalización financiera, por los cuales se ha constituido una red de especulación pura, que con técnicas e instrumentos en avance perpetuo es capaz de reciclar 210.000 millones de dólares por año, una masa de dinero equivalente a tres veces el producto bruto del mundo. Esta trama neuronal interactiva (de hecho, la primera manifestación cabal de dos conceptos asociados: la aldea global de Mc Luhan y la autopista informática) opera sin parar día y noche, tiende a desestabilizar la economía real y con ella la vida cotidiana. Además parece reducir la soberanía de los Estados nacionales, incluso de las potencias. Se asiste entonces a la creación de redes financieras mundiales y no de una economía mundial.
Cabe recordar, sin embargo, que no todos tienen el mismo acceso al capital internacional. Sólo 20 países tienen acceso indiscriminado a este juego en tanto que 140 países son objeto de olas especulativas sin autonomía propia. Además, sólo el 2% de los movimientos de capital corresponde a intercambios de bienes y servicios (Touraine), de manera que se está produciendo un 9 desacoplamiento cada vez más claro entre la economía real y la economía virtual. Visto este cuadro no es sorprendente que Touraine sostenga, siguiendo el mencionado análisis de Hilferding, que estamos reviviendo a mayor escala lo que a principios de siglo se llamó imperialismo, es decir, el predominio del capital financiero internacional sobre el capital industrial nacional. Otro científico francés, Michel Albert, ha contrapuesto el capitalismo anglosajón, que es ante todo financiero, a lo que denomina capitalismo renano (asimilable, según él, al capitalismo japonés, al menos antes del estallido reciente de la burbuja financiera), condensado en el modelo alemán: la asociación estrecha entre la banca, las grandes empresas, los sindicatos y el Estado, una constelación que hoy, sin embargo, está en proceso de revisión.
Una cosa es segura: los cambios en marcha van mucho más allá de lo coyuntural. Lo que hoy está en cuestión es el dinero convencional, en peligro de ser desplazado por el dinero electrónico. Los «electrodólares» resultan tan seductores como cualquier juego de video y, como éste, están al alcance de todos. Ni siquiera es necesario tener mucha educación. Quienes están familiarizados con el dinero informático (megabyte money) le atribuyen una serie de cualidades. Es excelente para transacciones pese –o debido– a su carencia de valor intrínseco, y representa una cómoda unidad contable pese –o debido– a que está desligado de la economía real.
También puede moverse velozmente, trasladarse por encima de espacios regulados, imprimirse o emitirse hasta por fibra óptica, convertirse de una moneda a otra en segundos, negociarse en cualquier plaza o en varias al mismo tiempo, mudar al instante en bonos, acciones, opciones, futuros, etc. Este capital no toma en cuenta el mapa político porque se mueve en un universo cualitativamente distinto al de etapas anteriores del capitalismo. Pero el dinero informático no funciona bien como depositario del poder de compra y cada año su valor desciende con respecto a los activos reales. Por lo demás, el potencial inflacionario del dinero electrónico y el deterioro del dinero convencional son efectos que el monetarismo ortodoxo ni previó, ni jamás hubiera deseado.
Ese proceso de globalización tiene –por supuesto– ganadores y perdedores. La misma participación en el mercado gris de capital puede ser muy riesgosa. En Alemania se calcula que del total invertido en dicho mercado (45.000 a 55.000 millones de dólares) alrededor de 22.000 millones se pierden. Los operadores financieros son capaces de generar de 20 a 50 dólares virtuales por cada dólar circulante en la economía real. La especulación impone normas y prioridades a un grado que muy poca gente sospecha. La especulación es, en primer término, sinónimo de cambios abruptos, el dinero fluye velozmente a un mercado y lo abandona con igual rapidez, como se ha visto con toda claridad en la (segunda) crisis mexicana de finales del año 1994 y su «efecto tequila» (sobre todo en Argentina), y también de manera reciente en los temblores de las bolsas latinoamericanas como consecuencia de las olas de devaluación en el Sudeste asiático.
La tecnología (informática, comunicaciones, ingeniería matemática), acelera constantemente esos flujos financieros y aumenta su volatilidad e 10 hipersensibilidad, sobre todo en materia de futuros y opciones. Sin tanta fluctuación veloz no habría tantos ganadores ni perdedores a nivel mundial en tan poco tiempo, donde impera un juego de suma cero. Además, los jugadores necesitan cada vez más dinero electrónico porque sus ganancias compran cada vez menos activos reales. Entonces entran o salen de una colocación con mayor frecuencia, echando mano a instrumentos, productos o estrategias inversoras novedosas. En rigor, los mercados no giran ya alrededor de inversiones sino de transacciones. Este casino financiero se cruza con la economía real en varios puntos:
1. Los intereses: la actividad productiva sufre cuellos de botella si las tasas suben demasiado o muy velozmente. Lo mismo sucede con la demanda de cualquier rubro sujeto a financiamiento. Por consiguiente, la volatilidad que beneficia al especulador ahogará a consumidores, industriales, comerciantes y, finalmente a toda la sociedad.
2. Otra intersección surge en las paridades cambiarias, objeto en 1995 de la corrida más grande de la historia. La constante fluctuación de ciertas divisas afecta insumos, precios finales, márgenes de ganancia, costos, ventas, el bienestar y el clima social.
3. También las empresas transnacionales participan y se han transformado en jugadores del casino planetario. Aunque los intereses suban, no necesariamente les parece oportuno dejar su dinero en el banco. Por el contrario, cada noche sus computadoras «barren» las cuentas moviendo activos hacia donde haya mayores ganancias en menor lapso. A su vez, las empresas ya no se limitan a mantener existencias y papeles (acciones, en particular) para ganar dividendos o aumentar sus activos reales.
Hoy, sus sistemas informáticos, analistas y operadores se alejan de la economía real en pos de veloces negocios con carteras globalizadas. Toda esta galaxia, a su vez, se aleja de la economía real, del mundo donde todavía hay Estados que creen estar manejando la vida cotidiana. Otro aspecto a mencionar aquí sin entrar en mayores detalles, como contracara del mundo anónimo y poco comprensible del capital, es el auge de la religión, del fundamentalismo, hasta del pensamiento mágico, el auge de la violencia urbana, de mitos populistas, recetas mágicas (por ej. la convertibilidad), la dura pero exitosa batalla contra el Estado administrador, planificador y árbitro de la economía real, con el resultado de que el Estado queda demolido y la sociedad sin defensas contra la mega especulación, como por ejemplo ha sucedido en Albania.
Ivonne Monter
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